Ayer vi una señal. Su rostro
estaba oscuro, su lengua callada, sus manos corrían a ninguna parte. Todo en
ella era desorden, sin embargo, mi ropa estaba limpia y planchada. Estaba dormida,
como si viviese más allá de mis propias frustraciones, llevándolas sobre su
hombro.
Pero ahora sigue dormida. Duerme como
si jamás hubiese dormido en su vida. Su piel está serena, pero su rostro y sus
manos se pelean en silencio, sin más estridencias que las de un portazo
olvidado. Quizás esté rota la botella del agua, o las zapatillas se hayan roto… Pero ahora duerme.
¿Y si ella no se despierta?
Todo puede irse en un segundo, en
uno solo. A veces basta una llamada, un mensaje en un papel arrugado. Pero no
se lo he dicho. O sí. Se lo dije alguna vez, pero nunca me he parado a pensar
en cómo tenía que decirlo. Nunca he entendido su ansia de tener todo en orden y
no entiendo por qué duerme cuando todo está desordenado.
Ahora duerme. La dejaré
descansar. Quizás sea este su definitivo descanso…