Eran tus manos
un torrente de energía,
ingenioso niño, en tu juego
de interminable curiosidad,
más allá de la pared del corredor,
que aún conserva los ecos
de tu mirada inocente
sobre piezas desencajadas,
que fuiste tejiendo entre tus dedos…
Poco a poco, con firmeza,
al son de los aromas de la aurora,
has ido descubriendo
sonrisas y caricias,
enfados y censuras
alegrías y silencios…
números, anagramas y sabores
y, casi sin darte cuenta,
las fronteras sin fronteras del universo.
Caminas ya sin el apoyo
de aquellas paredes cálidas,
sin más sustento
que un teclado y una red
que, de cuando en cuando,
te hacen llegar un beso.
Mas, para cuando regreses,
encontrarás, aguardándote,
un abrigo para tus inviernos,
una canción, una mirada,
un hombro para tu cansancio
y, caliente, sobre la mesa,
un plato con el almuerzo.